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Dolores y Placeres

Dolores y Placeres

El corazón le latía fuerte, se paró en una puerta.

Una única linterna lanzaba su luz en la estrecha calle, en donde me esperó excitado para poder entrar.

Ella masticaba nerviosa el chicle

Cuanto tiempo hace, pensaba ella.

Un año, más o menos.

Hacía tiempo que no se veían.

Pero ella no había podido dejar de pensar en él.

Alguien estaba hablando solo y ella le escuchó como la puerta se desatrancaba. 

Allí estaba él.

Reparó en lo poco que había cambiado en todo este tiempo. Su pelo se había enblanquecido, pero le quedaba bien.

«¡Hola!» me saludó alegremente. Ella sabía que él estaba tan nervioso como ella, se conocían de hace tiempo. Le saludó con una sonrisa y entró en el pasillo oscuro. Encendió la luz para ella pudiese quitarse la chaqueta y se dirigió a la sala de estar. Ella tiró el bolso y el pañuelo y se descalzó dispuesta a seguirlo. Ya había estado aquí lo suficiente para saber su camino.

A lo largo del camino, ella había pensado en como encubrir los rastros de la noche. Por suerte, era invierno y lo hacía todo más fácil. Pero de vez en cuando había situaciones en las que ella no podía esconderse tras pañuelos, blusas o chaquetas. Pero ella no quería estropear el ambiente, hacía tiempo que pedía poder disfrutar del dolor del placer.

Él le pasó una copa de vino y ella sonrió.

Él conocía sus debilidades, de muchas maneras.

Juntos, se bajaron la botella, charlaron y se rieron hasta verse íntimamente entrelazados el uno en el otro.

Mientras el corazón de ella latía alegremente, se frenaba, como siempre, para no dejarse llevar por pulsiones. Muchas emociones habría esta noche, pero el amor no era una de ellas. Él le hacía recordar ese hecho con frecuencia, y muchas veces se preguntaba porque ella lo buscaba siempre para hacer que los deseos más secretos emergiesen.

La razón era simple: ella quería ser tomada por él, la amase o no. Su papel debía ser el de infligirle dolores de placer físico y mental.  Y a ese respeto, él se veía cerca de la perfección.

La sensibilidad inicial se vio rápidamente trastocada.

Él la esposó de pies y manos. Con el corazón acelerado, vio como un aro le rodeaba el cuello. Ella disfrutó de una sensación de inmovilidad por un largo período, ansiando con anticipación lo que estaba por venir.

Él empezó.

Se dedicó con una precisión pérfida a cada uno de los pezones y no paró hasta que ella se lo agradeció sin gritar y llorar por el dolor que infligía en ella. Hizo eso con las distintas partes del cuerpo de ella, a veces con la mano, otras con un látigo, sobre sus pechos, su sexo, espalda y nalgas. Al final, cuando ella ya solo lloriqueaba buscando negar el placer, gimiendo de dolor, él le preguntó friamente:

«¿Qué sientes?»

Comoquiera que no obtuvo respuesta, la agarró por la barbilla y le obligó a mirarle fijamente a sus fríos e impávidos ojos.

«¿Qué sientes?» le susurraba él.

«Te amo…» sollozaba ella. El hecho de que ella hubiese acabado de decir eso otra vez, aunque no quisiese, le hizo llorar aún más de lo que esperaba. Él la observaba con calma.

«¿Me quieres?» repetió él suavemente. Ella asintió, con la cabeza trémula.

«¿Te duele?» le preguntó. Y ella asintió, una vez más, mientras se entregaba al dolor y a las lágrimas y él la liberó.

Tras haber recuperado su libertad, él la empujó gentilmente más cerca de él. Quedaron juntos por un largo tiempo sin decirse nada, ocupados en caricias y besos. A ella le gustaba esa sensación de calma tras la tempestad. Siempre fue así. Sufrimiento y dolor combinados con una infinita ternura.

Pasado algún tiempo, ella sabía que tendría que irse. A regañadientes, se levantó, se vistió y arregló. Él le abrió la puerta y ella le robó un último beso antes de salir a la oscuridad de la noche. Camino a casa, se sintió ligera como una pluma, entre eufórica y libre. Ella se regocijaba de felicidad. La adrenalina le recorría el cuerpo. Las penas le recordarían aquel día a lo largo de las próximas semanas. Ella las cargaba siempre con brío, aunque no quisiese hacer ostentación.

Ella no sabía si o cuando volvería a verle, pero eso no estaba en sus manos.

Sólo él podría determinar eso…

**Este texto no refleja, necesariamente, la opinión de ApartadoX.

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