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Una compañía insaciable

gulosa

Nos habíamos pasado horas en nuestro propio mundo, sentados, solos, en un reservado de un concurrido del centro de la ciudad.

«Quítate las bragas. Ahora.»

«Aquí?» preguntó ella. A nuestro alrededor teníamos a unos veinteañeros borrachos, declarando al personal su disposición de follarse a quien estuviese dispuesta a escuchar su música. Ninguno de ellos parecía preocupado con la pareja del reservado. «Ahora», insistí. Ella me miró como si estuviese loco y después miró alrededor. «Nadie nos va a ver, querida. Quítatelas. «Sus ojos volvieron a retarme mientras se mordisqueaba el labio, pensando en las posibilidades de que nos pillasen in fraganti. «Quítatelas».

Alejé su copa vacía para permitir que se moviese. Sabía que ella haría eso por mí. Finalmente, cedió y se sentó en el sillón. Manteniendo su mirada fija en mí y sus secretos movimientos por debajo de la mesa. Ella se subió su falda negra, agarró las tiras laterales de la braga y se inclinó hacia atrás mientras la última pieza de ropa íntima se deslizaba entre sus piernas. Se la quitó, la enrolló y mirando hacia su izquierda, la dejó sobre su bolso. Una sonrisa cubrió su rostro, mientras bajaba la cabeza entre pudorosa y excitada.

Al cabo, se acercó y pude meter mis manos entre sus pálidos muslos, suaves y deliciosos, acariciándole su monte de Venus, mientras en el bar todos permanecían absortos con nuestros juegos de placer. Su lengua jugaba con mi boca, mientras yo sentía como me iba empalmando… tenía que poseerla.

Pedimos un uber y seguimos nuestro íntimo festín en el asiento trasero del coche camino a casa, ella frotaba mi polla por encima de los pantalones, mientras observaba como el conductor no perdía detalle por el retrovisor, al mismo tiempo que intentaba disimular su atención. Cuando llegamos a casa, me fui a su habitación y ella dijo que necesitaba refrescarse. Me senté cómodamente en la cama, hasta que la vi entrar de vuelta, en falda y sujetador. Su larga cabellera, de color arena se deslizaba sobre su pálido cuerpo. Su sujetador balconet negro de encaje le relanzaba los senos y el aroma dulce y cálido de su cuerpo inundó toda la atmósfera, mientras ella se dirigía hacia mí.

La abracé y la besé, intensa y prolongadamente. Ella me mordisqueaba todo el labio inferior y posé mis manos en su fina cintura, retirando sus cabellos suavemente y cuando la besé en el cuello y en el pecho, ella soltó un gemido de placer anticipado. Pero lo que realmente le ponía cachonda era que la besase en las orejas, le hacía incluso sentir escalofríos. «¿Te portarás bien hoy por la noche?» le susurré al oído. «Mhmm», fue su única respuesta…

Acabé arrimándola a mí y acostándola, con las nalgas en contrapicado bajo mis rodillas. Con una mano, le solté el sujetador y empecé a apretarle y pellizcarle los senos, mientras me iba percatando de que sus pezones se erizaban y le metía una mano por debajo de la falda. «¿Estas toda mojada para mí, cariño? No te has vuelto a poner las bragas, ¿verdad? Buena chica.» Le quité la falda y pude disfrutar de su espectacular trasero, rollizo y firme sobre sus perfectos muslos. Froté sus nalgas lentamente con mi mano y sentí que mi polla deseaba incursionar entre sus ingles.

Di dos fuertes bofetadas sobre sus nalgas que parecían suplicar que me las comiese y ella gimió, girando su rostro hacia mí, mirándome con su ceño fruncido y carnudos labios. «Mhmmm», soltó con su leve y lujuriosa voz. «A ti lo que te gustan son las palmaditas de amor, ¿verdad?» mhmmm.»

Volví a bofetearle y frotarle las nalgas suavemente. Le separé las nalgas y pude ver ante mí su afeitada raja y su pequeña vagina. Su caverna de amor parecía gotear impaciente. «Méteme los dedos», dijo ella.

Me cogió por la mano que quedaba libre y extendiéndola hasta su boca, empezó a besarla y lamerla.

Mientras tanto, con la otra mano empecé a juguetear con sus labios mayores y el clítoris, entre dos de mis dedos. Su cuerpo se balanceaba mientras intentaba que mis dedos cabalgasen por su vagina. Con un movimiento rápido, pasé dos de mis mojados dedos por toda su raja, lanzándolos después en dirección a sus ávidos labios, que hicieron que desapareciesen en la boca. Yo empecé a trabajar en su punto g, dándole unas últimas palmadas y le indiqué que se arrodillase.

Ella soltó mi mástil a centímetros de su rostro e inmediatamente lo cogió por una mano y me vomitó la polla. Sus divinales labios y cálida boca hicieron que mi polla latiese. Empujando con una mano enterró el rostro bajo mis huevos, chupando y lamiendo todo a su alrededor. Y a partir de ahí, me agasajó con un masaje con la boca en el perineo.

Sin perder tiempo, ella se levantó y se sentó sobre mi polla empezando a mover sus caderas sobre mi regazo. Le agarré la falda que permanecía aún sobre su cintura y la penetré hasta el fondo, mientras ella seguía balanceándose encima mía. Buscando más control, me levanté, y agarrándola con fuerza, la giré y la acosté en la cama. Separé una de sus piernas hasta el pecho, retiré mi palo y le estimulé el clítoris frotando mi glande sobre su chocho. «Fóllame», me suplicaba. No me hice de rogar y se la metí hasta el fondo. Más y más, mientras su mano jugueteaba con su clítoris y mi escroto batía contra su trasero. Sentí como ella estaba a punto de correrse. «Quiero que te corras sobre mí». Ella retiró mi pollón de su vagina y soltó su chorro, mojando todo mi mástil. Ella se frotaba el clítoris y yo le masajeaba el coño con el pulgar, penetrándola, haciendo que chorrease de nuevo y acabando en un charco de sexo desenfrenado. Seguí follándomela, intensificando la marcha hasta lograr que se corriese de nuevo. Ella apretaba mi miembro con sus labios mayores y dejaba que su chorro recorriese mi regazo. Apreciaba el balanceo de sus mamas al ritmo de mis sacudidas hasta llegar a mi clímax. «Ay, que me corro, cariño.» Mi rabo rebosaba de leche.

«¡Quédate de rodillas!»

Ella se levantó de la cama y cayó de rodillas. Mientras, yo acariciaba mi miembro mojado en frente suya. «Córrete conmigo, cariño», le dije. «Agárrate los pechos», y ella así lo hizo y yo me corrí entre sus rechonchos senos, cubriendo sus agraciados pechos con mi lujurioso néctar.

Le cayó un poco en el cuello y en la barbilla, pero ella lo dejó todo limpio, pasándose los dedos por el cuerpo y lamiéndolos.

«¿Ves, cariño, esta noche estaba ansiosa por tu polla…» sonriendo con atrevimiento.

**Este texto no refleja, necesariamente, la opinión de ApartadoX.

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Splosh: ¡un cumpleaños feliz para mí!