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Apuesta Perdida

Flirt

Mi compañero de clase, Oliver, nos tenía a todas en palmitas. Estaba bastante bueno y se le veía siempre feliz, además, era un ligón. Todas sabíamos lo mucho que triunfaba y que eso explicaba que sus relaciones no durasen nada.

Sin embargo, resultaba complicado el resistirse a sus encantos. La mayoría se rendía enseguida. Él se pasaba días cortejándolas hasta que caían rendidas ante sus encantos. Yo había jurado y perjurado que me resistiría a dormir con él por mucho que lo intentase. Un día me encontraba comiendo sola en la cafetería mientras disfrutaba de un momento de tranquilidad.

Oliver bajaba por la calle y se fijó en que yo estaba en la cafetería. Se acercó a mi mesa y se sentó. Pidió un café y tras un insustancial intercambio de frases, dedicándome una seductora sonrisa y en un tono amigable me dijo: «Ha llegado a mis oídos que tienes algo en contra de mí, que te niegas a pasarlo bien conmigo y que te has prometido no acostarte conmigo jamás… ¿por qué dices eso?, ¿qué sabes sobre mí?, seguro que tan solo algunos de los chismes que cuenta sobre mí»

Sorprendida, lo negué, bien es verdad que con poca autoridad. Mientras tanto, él insistía en agasajarme con su encantadora sonrisa, pasando sus manos por mis brazos. «Si me dieses la oportunidad de mostrarte como soy, conversar al menos, estoy seguro de que te acostarías conmigo -me apuesto hasta diez botellas de champaña». -»¡Vas a perder la apuesta!» fue mi espontánea reacción…, me equivoqué, eso significaba que había aceptado la apuesta y que tenía que pasar las siguientes horas con ele poniendo a prueba mi fortaleza mental.

Al final pasamos toda la tarde juntos. Conversamos abiertamente, jugamos y nos acercamos el uno al otro cada vez más. Más tarde, nos fuimos a dar un chapuzón al río. Yo intentaba disimular el que la mirada se me fuese a su cuerpo y la imaginación a verle dentro de mí. ¿Sería su empuje tan seductos como sus palabras? Sus ojos brillaban al fijarse en mi atrevido bikini, pero no intentó abordarme en ningún momento. Jugaba con las palabras, unas veces indiscreto y directo, otras, empático y encantador. Por la noche, picamos algo en el restaurante del jardín.

Al anochecer, pagamos la cuenta y nos dirigimos, uno al lado del otro, por el parque de la ciudad hacia la residencia universitaria. De pronto, cuando hubo encontrado una esquina menos frecuentada, me cogió las manos y me dijo: «Lo reconozco, has ganado la apuesta. Terminemos nuestra disputa con un beso de amigos».

Sorprendida, y al mismo tiempo atraída por su encanto y envalentonada por la familiaridad que habíamos creado en las últimas horas, di un paso en su dirección, cerré los ojos y le ofrecí mis labios. Entonces sentí su suave beso. Entonces me abrazó. ¡Me encantó! De repente, me di cuenta: «¡Me engatusó, me sedujo, ahora es demasiado tarde, no puedo volver atrás, me gusta, quiero acostarme con él!»

Su lengua se separó de mis labios. Nuestros cuerpos se fundieron en uno. Como atravesando mi fino vestido de verano, sentí como su miembro se ponía cada vez más duro. Sentía un cosquilleo en mi barriga, y mi sexo cada vez más húmedo. Su pierna derecha metía presión entre mis muslos, dirigiéndose a mi vagina. Me rocé contra su cuerpo, acabé frotándome toda. Me puse toda burra, desde mi coño hasta la punta de mis dedos. Me rendí en sus brazos, toda cachonda y respirando intermitentemente. Oliver me empujó un poco hacia atrás y me dijo: «¡A ti esto te pone, confiesa, lo que quieres es que te folle aquí y ahora!» – «¡Sí, sí, fóllame!» Me volví loca. Quería que me follase. Quería sentirlo dentro de mí y correrme.

Me subí el vestido y me quité las bragas. Él se quitó el cinturón, los pantalones y se bajó sus boxers. Rebuscó en el bolso y al encontrarlo cubrió con un condón su polla cada vez más tensa. Entonces me agarró por las nalgas, determinado y poderoso, me arrimó a un árbol, cuya cáscara áspera sentí claramente en mi espalda. Yo tenía mis brazos alrededor de su cuello y las piernas rodeando la cadera.

Resuelto, me penetró. No sentía dolor, tan solo lujuria y un ávido placer. Yo ni me movía, sentía como su polla se había adentrado en mi coño hasta los huevos, con mis piernas desnudas alrededor de su cuerpo. Su ritmo se pausó, empezó a follarme lentamente, levantándome y bajándome. La corteza del árbol rozaba mi espalda. Su miembro parecía recorrer todo mi sexo. Le besé, pero él parecía ensimismado con mi vagina. Se movía con lentitud pero firme, hacia delante y hacia atrás. Al mismo tiempo, él se incorporó y me bajó. Mi coño se lo estaba pasando en grande con ese tratamiento especializado de penetración profunda. Mis labios se abrían y cerraban para engullir al intruso, abandonándolo para desear más si cabe la penetración. Sentí su verga dura y caliente dentro de mí. Era puro placer, apasionado y lascivo.

Cada vez se movía más rápido y me penetraba cada vez más hondo. Yo respondía a sus movimientos y él a su vez a los míos. Yo sentía como eso lo excitaba hasta que me vi mojando su miembro con un generoso orgasmo. Oliver también está cerca ya de su pico, gimiendo de satisfacción. Entonces sentí su chorro dentro de mí. Una sensación de satisfacción física y emocional me embargaba.

Me abrazó, antes de levantarme y posarme con mis pies aún vacilantes. Impávido, se quitó el condón y lo tiró a la papelera que había junto al banco del jardín. Nos vestimos en silencio. Entonces, sujetó mis brazos y me besó.

Y entonces le dije: “me lo pasé genial contigo, hace tiempo que no recordaba haber echado un polvo tan bueno – a partir de aquí sería solo una simple repetición y rutina, entonces he decidido que no volveré a follar contigo. Estuvo muy bien y es lo que quiero recordar de ti, gracias.»

A pesar de haber perdido la apuesta, sentí que gané mucho más a cambio…

**Este texto no refleja, necesariamente, la opinión de ApartadoX.

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