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Me entrego a ti

devoto

Me fijé en Sara, en su adorable rostro, terminamos nuestro encuentro con un casto beso en la cara. «Lo pasé genial, Sara». Ella sonrió. «Eres un adulador».

«Este jueves es nuestro aniversario», le recordé.

«Te veo el viernes, entonces», dijo ella con una sonrisa mientras reclinaba la cabeza de una manera con la que ella sabía que me ponía cachondo.

Regresé a casa, sin poder prever el giro dramático que estaba a punto de suceder.

La noche del miércoles, un avión de la Fuerza Área que se encontraba realizando un entrenamiento rutinario sufrió un pequeño corte en el depósito de aceite del cual no se percataron en el mantenimiento. Sin aceite, los componentes del amor se sobrecalentaron, acabando por explotar y el avión cayó directamente sobre la casa de Sara. Sus padres no sobrevivieron y la columna vertebral de Sara quedó de tal modo afectada que nada se pudo hacer: ella no volvería a andar.

«Que forma de conmemorar nuestro aniversario, cariño», le dije inclinándome sobre la cama del hospital para besarla.

Al menos, el dinero dejó de ser un problema. La Fuerza Área asumió todos los costes y dispuso una pensión vitalicia y una casa en la que ella podría irse a vivir al recibir el alta en el hospital, con silla de ruedas incluida.

Claro que nada podía compensar la pérdida de sus padres y una vida en silla de ruedas.

«¿Y qué quieres que me ponga a celebrar? Me he quedado sin nada.»

«Me tienes a mí», le dije

Sara me miró fijamente. «Jaime, yo no soy la mujer que era la semana pasada.»

Me incliné y le susurré: «¿estás segura de que tu cerebro no ha quedado afectado? Todavía eres la misma chica rubia, dulce, amable, hermosa e inteligente que has sido siempre.»

«¿No serás tú quien lo tenga afectado?» respondió ella. «¿No ves que no siento nada por debajo de mis muslos y no puedo mover las piernas?»

«No estoy restándole importancia a lo que sucedió, pero eso no hace que seas otra persona. Te quiero y estoy aquí para lo que necesites»

«Me gustaría creerte». Suspiró ella.

Tras recibir el alta, le ayudé en todo. Con las compras, cocina, limpieza, lavadora, pasar de la cama a la silla de ruedas y viceversa – me pasaba las 24 horas con ella: acepté ser su improvisado cuidador. Al cabo de unas semanas, ella me dijo: «Disculpa por no haberte creído…»

«No pasa nada. No te preocupes.»

«Sabía que te supondría mucho trabajo y presupuse que te alejarías pasado un tiempo. Pero hay una cosa que todavía no has hecho. Aún no has saciado mi sed de lujuria.»

La levanté de la silla y le quité la falda y el slip mientras ella se encargó de la blusa y el sujetador. Me acosté a su lado y nos dimos un largo, suave y tierno beso.

«Sigue besándome …»

Me giré 180 grados y la besé en los pies y en los tobillos.

«Si sabes que no siento nada…»

«Avísame cuando empiezas a sentir. Exploraré todo tu cuerpo».

La fui besando lentamente hacia arriba y ella solo reaccionó cuando ya iba por la mitad de su muslo.

«Aí, sí».

«¡Encontramos el límite!»

 «Vente a la parte superior de mi cuerpo.»

Gentilmente la besé en el cuello y ella gemía con sordina plena de placer, mientras mis labios se dirigían lentamente hacia sus senos.

Pasé por el escote y me dispuse a disfrutar de sus voluminosos senos, mordisqueando sus erectos pezones. Recorrí su temblorosa barriga, le separé las piernas y buceé con mi lengua en su delicioso sexo.

«Sigue…»

Le estimulaba el clítoris y la vagina de forma alterna provocando que se corriese como una ola de mar, en un vaivén espasmado. Seguí concentrado en sus labios mayores y me vi recompensado con su néctar de amor.

Recorrí su cuerpo, lubricando mi palo con su leche, penetrándola, lentamente para que ella se pudiese acomodar, y sin embargo al rato ella me suplicaba que la follase con estocadas fuertes, hasta que harto, me corriese encima de ella.

Ella levantó la cabeza de la almohada y abrió la boca, suplicando por mi miembro, al cual engulló entre sus labios, provocando un festival de sensaciones sobre mi glande.

Me acosté a su lado, juntándole las piernas y disfrutamos de la sosegada satisfacción de la pasión consumada.

«Espero que no te importe que te reclame varias veces al día. No hay mucha cosa que me pueda entretener…» confesaba ella con lascivia.

En los meses siguientes, entre tareas domésticas y cuidados, me ejercitaba. Me compré unas pesas y me dediqué a ganar musculatura hasta que, un día, la saqué de la silla de ruedas e hice que sus piernas rodeasen mi cintura. La agarré bien junto a mí, con los brazos a su alrededor y por debajo de su flaco trasero. Ella se arrimó con firmeza contra mí y colocó sus brazos en mi cuello.

 «¿Qué haces?»

 «Vámonos al parque. Caminemos.»

«Quieres decir que tú vas a caminar.»

«LOS DOS vamos a caminar usando exclusivamente mis piernas.»

Cerré la puerta detrás mía y la agarré todo el camino, mientras, por momentos, la besaba.

«¿Está mejor que la silla?»

«Te mentiría si te dijese que no. Me encanta como me abrazas…»

Nos sentamos en un tronco y disfrutamos del aire fresco. Desde ese momento y siempre que pude, yo me encargué de portarla hasta el parque, haciendo de esto una parte fundamental de nuestra vida juntos.

Hizo que nos sintiésemos más unidos. Y cuando más tarde nos casamos, se convirtió en costumbre el llevarla todavía más alla.

**Este texto no refleja, necesariamente, la opinión de ApartadoX.

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El perfume del slip usado…

sex_plane

Levántame