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Nuestro pequeño secreto sexual

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Ella es muy atractiva – pero ya está comprometida. Por lo tanto, todo lo que sucedió entre ellos debe permanecer en secreto.

La sala se había ido quedando cada vez más vacía y cuando se cerró la puerta, ellos se quedaron solos. Él seguía sentado a la mesa en el mismo lugar en donde había pasado la noche con sus amigos. Su mano se entretuvo en los cabellos de ella, le miró y sonrió. Sus ojos brillaban bajo la tenue luz.

«¿Y ahora?» Ella se giró, se sirvió una copa de vino y se inclinó sobre la mesa. Él observaba la escena, tenso, sin saber muy bien qué hacer. Cuidadosamente, ella posó su copa, y, apoyándose con las manos se subió a la mesa.

Su falda se deslizó un poco. Sus ojos perseguían la mirada de él, él se había detenido en las rodillas de ella. Ella se abrió, lentamente, de piernas, lo suficiente para que él pudiese adivinar las formas de sus labios entre los muslos. Un pequeño triángulo entre sus redondeadas nalgas. El fino tejido del slip de ella dejaba entrever sutilmente su raja por debajo.

Ella se movía lánguidamente y sonreía: echando mano al dobladillo de la falda lo subía, en cámara lenta. Seguía insinuándose y lanzando miradas de deseo como flechas que se clavaban en la figura de su chico.

Tras separar sus largas piernas, él había logrado ver algo brillando a través del delicado tejido se su ropa íntima. Era el sexo de ella entre los muslos, solo pudo parar de mirarlo cuando ella empezó a desabrocharse la blusa.

Con respiración entrecortada, él podía ver como la mano de ella se deslizaba por debajo del sujetador acariciando sus voluminosos senos aún ocultos. Ella dibujó un arco echando su cuerpo hacia atrás hasta sostenerse con sus codos, mientras su piel se erizaba de tanto erotismo.

Entonces, ella desplazó su peso hacia el brazo izquierdo, levantó su mano derecha y la colocó bajo su regazo. Sus dedos se movían lentamente entre los pliegues de la faldas hasta llegar a sus muslos. Un gemido suave acompañaba la escalada a su Monte de Venus.

El escenario le fascinaba tanto que él se sentía hipnotizado. Sus miradas se cruzaron, ella se sentía deseada, plena de lujuria. Hábilmente, ella retiró el poco tejido que hasta ahora aún ocultaba la vulva… A él le entusiasmaba lo que estaba viendo, haciendo que su entrepierna se estremeciese: ¡tenía todo su pubis rasurado!

Ella recorría toda su vagina con los dedos y a pesar de la débil luz ambiental, él podía adivinar el relucir brillante de su sexo mojado. Con los dedos, ella abría los labios para que él pudiese apreciar su clitoris. Mientras se masturbaba en un movimiento circular y penetrante, ella no apartaba su desafiante mirada de él.

Él se levantó y se dirigió hacia ella. Sus dedos estaba todavía acariciando su clítoris cuando él se arrodilló delante de ella. Agarrándola por los muslos, se inclinó hacia adelante presionado su rostro contra la vagina mojada. Él sentía el calor del sexo en sus mejillas y sus labios sentían el pequeño bulto de su clitoris. Él movía la cabeza rápidamente hacia atrás y hacia adelante.

Los dedos de ella se hundían en el pelo de él, presionándolo en la entrepierna. Entre jadeos, de repente, quedaron inmóviles durante unos segundos. Entonces, ella sentía la lengua de él, suave y decidida. Él tomó su cuerpo, explorándolo con la punta de la lengua – sin dejar nada de lado, mientras ella gemía, ansiosa por su primer orgasmo.

Él le agasajó con todo un festival de sensaciones de sexo oral, le excitaba verla gritar de lujuria. Con los ojos cerrados y rendido al placer, le metía los dedos hasta el fondo mientras le lamía el clitoris. «Sí, sí», gritaba ella, «sigue, no pares», antes de que él presionase firmemente la boca sobre su sexo, masajeándola con movimientos rápidos, mientras sus dedos se deslizaban por su dulce vagina.

Ella se corrió sonoramente haciendo que él pudiese sentir sus convulsiones rítmicas llenas de éxtasis y cuando ella cejó en su llanto de placer, él se enfrentó a su cálido coño una vez más, dejándose llevar por una ilimitada lujuria.

Ella agarraba, ávida, el rostro de él y lo besaba apetitosamente. Las puntas de sus lenguas ejecutaban una danza salvaje. Los labios de él recorrían el cuello de ella hasta desparecer entre la blusa entreabierta. Él le subió el sujetador sobre los senos y los pezones erectos de ella lo invitaron irresistiblemente.

Ella gimió, se levantó y colocó sus senos en dirección a él. Él los apretó con fuerza. Ella rozó su vagina sobre los muslos de él. Él le soltó sus senos, pasando a agarrarle las tiras del slip y tirándolas hacia una esquina, había llegado el momento del sexo desenfrenado.

Ella se quitó rápidamente los pantalones, y se quedó en esa posición tan solo para mostrarle su sabrosa vulva que se extendía desde sus provocadoras nalgas duras hasta sus tentadores muslos. Con los pantalones por el suelo, ella se levantó para que él pudiese apreciar su magnífica vagina.

Con su polla tiesa, él se adentró en aquella caverna de amor, que brilla rubicunda de calor y humedad por el anticipado pálpito. Ella lo agarró entre sus muslos mientras su polla la penetraba con un suspiro gutural y ella exhalaba de puro placer y alivio. Gentilmente, él abrió las piernas, empujó la ingle hacia delante y dobló la parte superior del cuerpo hacia atrás- para que ambos pudiesen ver su pene ahondando en ella. De repente, él la soltó y la empujó fuera de la mesa. La giró y la acostó sobre la mesa, empujando sus senos desnudos sobre la mesa. Ella no se resistió y se abrió d epiernas-

Las maravillosas nalgas de ella se hacían irresistibles. Él las agarró mientras le masajeaba el trasero. Eso le ponía aún más cachondo. En esta ocasión, era él quien guiaba a su polla para penetrar. Él le agarraba las nalgas mientras entraba en ella. Ambos se encontraban en una sinfonía sexual, abstraídos por el placer.

Ella se masturbó restregando su clítoris y él la penetró con un ritmo cada vez más enérgico -hasta sentir un regocijo por todo su cuerpo, incrementado por el orgasmo pleno de él. Él se dejó caer encima de ella y la respiración cálida de él le hizo cosquillas en las orejas.

«Cariño, ha estado tan bien», le susurró él jadeante. «¡Ah, mi semental!» le respondió ella, con una extasiada sonrisa. La erección se desvaneció lentamente. Él le puso la mano en la vagina, acariciándola en movimientos circulares.

El calor y la humedad, que ahora emanaban de la vagina de ella, le encantaban. De repente, se oyeron pasos. Él se puso rápidamente los pantalones mientras ella se enderezaba la falda. Al mismo tiempo que se abría la puerta, ella se metió el slip en el bolso.

El hombre, barbudo, que acababa de entrar, miró hacia los lados y gruñió «yo pensaba que no había nadie más», mirando hacia la mesa en donde ellos habían terminado su valiente encuentro sexual. «Pues, sí, nosotros solo queríamos salir de aquí», se justificó él, un tanto avergonzado. «Estábamos recogiendo nuestras cosas», añadió ella con una mirada inocente, sujetando su bolsa y caminando, de forma fingida, hacia la salida.

Él cogió su chaqueta y le siguió. Fuera, ambos tomaron aire. Ella dirigió su mirada al cielo estrellado. «Estuvo bien», dijo ella en silencio, «pero ahora debo irme a casa. Mi marido me espera.» «Claro», respondió él, melancólico. «Adiós, guapa».

«Ciao!», respondió ella mientras cruzaba la calle en dirección a su coche. Él se quedó mirándola por un instante, mientras las luces traseras rojas desaparecían en el horizonte y suspiraba satisfecho por el placer que su acompañante le dio esa noche.

**Este texto no refleja, necesariamente, la opinión de ApartadoX.

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