in ,

Eres mía

Eres mía

Él, impávido, entró.

«Tira», ordenó, apuntando hacia la toalla. Yo había acabado de salir de la ducha…

«Vete al sofá y dóblate hacia adelante,»

Sin previo aviso, me abofetó en las nalgas aún mojadas. Yo gemí aguantándome el dolor. No iba a permitirme temblar, aunque sus manos causasen que mis nalgas ardiesen. Al rato, sentí como me metía los dados buscando comprobar cómo de mojada estaba, retirándolos al momento, repitiendo, febrilmente, el movimiento. Cuando empezaba a seguir el movimiento, él decidió parar. Se me negaba seguir. Grité al sentir como mi trasero recibía tres bofetadas aún más fuertes. Sentí como mi interior se estremecía. Retiró los dedos de mi sexo. La negación me resultaba insoportable… me veía tan cerca del clímax. Me empujó hacia arriba y se valió de su otra mano para moverme los pies. «Venga», me decía mientras me azotaba otra vez en el culo.

No dije nada, solo obedecí. Con los pezones rígidos y firmes. Me dijé en nuestros cuerpos en el espejo del pasillo, de camino a la habitación.

«De bruzos, en la cama. ¿Te dije que me miraras?»

Respiré hondo y exhalé lentamente. Sentí su mástil contra mi piel. Rugí. Con la mano le quedaba libre se dispuso a acariciar mi azotada nalga, tan solo para repetir el golpe.

«¿Te gusta?»

«Sí, sí, sí», le respondía a cada lamido. Mis gemidos resultaban cada vez más audibles. Me metió dos dedos por detrás, llenándome por completo. No podía sentirme más húmeda. Sus uñas me rasgaban la piel de los muslos, nalgas, caderas y espalda. Él me apalpaba, llenando sus rudas manos con la carne de mis nalgas, me estimulaba el clítoris entre mordiscos y pellizcos para acabar devorando mi flor.

Todo me resultaba surrealista, no sentía ya dolor físico. Acababa perdiendo la noción de los límites, su descomunal ímpetu le hacía no percatarse de mis límites.

Por el balanceo yo sabía que se estaba masturbando. Me ordenó que yo hiciese lo mismo. Sentía como nuestros cuerpos se acercaban cada vez más, cuando le oí como me ordenaba:

«Gírate, quiero metértela por detrás».

Me giré y me desparramé a su gusto, su mano se posó en mis labios para que yo pudiese disfrutar del néctar de placer que sus dedos transportaban de mí.

«¿Eres mía?»

Le miré a los ojos y le dije: «Soy tuya, solo para ti», mientras se lubricaba la polla con la savia que recorría mis muslos, para poderlo deslizar pausadamente dentro de mi recto. Me estremecí, su tamaño resultaba mucho más grande de lo que yo lograría soportar. Se paró en donde estaba, sabía que no podría ir más lejos de lo debido a la primera.

Seguía acariciándome el clítoris, mientras me sentía penetrada cada vez más y más hasta que, finalmente, se encontraba todo dentro de mí.

Yo, absolutamente desatada, me balanceaba como suplicando por más.

Se trataba de nuestro fetiche, nuestro y sincero… además de puramente ocasional. Pero era también algo que no podría imaginar tener con otros amantes, era tan solo con él. Había un tanto de excitación y confianza con él que me hacía sentir muy cómoda, para poder compartir lo que él realmente quería descubrir en el sexo.

Él sustituyó mi mano por la suya para estimularme en el coño, haciendo que me acostase y finalmente, besándome.

«Eres mía», me susurraba él, inclinándose para poderme acariciar en los senos. Me giró, poseyendo ahora mi sedienta vulva y besándome apasionadamente. Excitado me golpeaba con tal fuerza que me dolían los muslos de tanto peso.

Yo jadeaba y la sinfonía de mi delirio deleitado era cada vez más desenfrenado al ritmo de mis cremosas oleadas. En un movimiento repentino, se salió de mí, se puso de rodillas a mi lado, acariciándose a si mismo en busca de la crème de la crème.

«Aquí va», dijo él antes de acercarse y liberar su savia.

Enrollé mis labios al redor de su vibrante glande y presioné con mi lengua en la parte inferior de su asta, dejando que hasta el último de sus muchos chorros fuesen tragados por mí, dejándolo seco.

«Te gusta que te castiguen, cariño», dijo él sigilosamente, moviéndose para acostarse, abrazándome.

Él me besó con sentimiento y poderosamente.

Yo sentía como me derretía en su abrazo y no quería dejarlo marchar.

«Tu castigo es muy sabroso, cariño», y sonreí de forma provocadora…

**Este texto no refleja, necesariamente, la opinión de ApartadoX.

Sexo y Alma: su primera lección tántrica

Sexo y Alma: su primera lección tántrica

Fantántrico Lingam

Fantántrico Lingam