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Mírame, maridito.

Mírame, maridito.

Mi marido me cazó masturbándome con un vibrador… en fin, no me esperaba verlo de vuelta tan pronto.
Ese día disfrutamos de una apasionante sesión de sexo y él me confesó que fantaseaba con la idea de verme no solo con un vibrador, sino también con otro hombre. Eso acabó convirtiéndose en un «las próximas vacaciones, me gustaría de invitar a alguien».
Él entró en una página web, publicó el anuncio explicando lo que estábamos buscando y lo dejó todo a mi elección.
En una hora recibí 9 mensajes. Al final me decanté por Roberto. Piel bronceada, sonrisa radiante, calva brillante. Tras un breve intercambio de mensajes, educadamente juguetón, él se ajustaba al perfil que estábamos buscando.
El día que quedamos, mi marido estaba de día libre y calculamos la hora a la que debía llegar.
Roberto llegó a tiempo y con un buen vino.
Tras puede que 20 minutos, decidí que estaba preparada. Me tomé un baño rápido, nos sentamos en la cama y empezamos a besarnos. Asumí el papel de tímida y le dejé que fuese él quien tomase las decisiones en nuestro encuentro.
Le mostré los senos y se puso a chuparme los pezones, moviéndose en dirección a mi barriga y pasando su mano a lo largo del hilo de mi tanga. Se sentía cómodo en mis partes bajas, como navegando sobre el triángulo de tejido que dejaba pasar su ardiente aliento en dirección a mi sexo. Me retiró las medias de nailon y se puso a lamerme los dedos de los pies. Levanté las piernas para que pudiese quitarme el tanga y empezó a besarme en los muslos, separando cuidadosamente mis manos que custodiaban mi almeja, dejando al descubierto mi apetito sexual.
Roberto me hizo una limpieza de bajos en toda regla. Su lengua se movía, al mismo tiempo, con presteza y suavidad. Se ponía en círculos a lamerme el clítoris y, de repente, se sacudía. Me metía los dedos, deslizándolos lentamente hacia fuera para después penetrarme con mayor vigor. Lo agarré por los pelos, mientras gemía al fijarme en los contornos de su empalmada polla escondida tras unos boxers que me dispuse a retirar con los dientes. No estaba del todo excitado. Me encanta esa sensación de espera antes de verme con su pollón en mi boca.
Me arrodillé con las piernas abiertas y me metí su palpitante glande en la boca, sorbiendo las primeras gotas de su jugo. Le lamía su delicioso glande hasta el perineo, jugueteando, pasando la punta de la lengua al ritmo de su balanceante cadera. Lo tenía todo listo para follarme, yo no podía esperar a verlo dentro de mí…
Sin soltar su tranca me tiré sobre él para que pudiese ver como su miembro era engullido por los labios mayores de mi vulva. Lo veía gemir como si se derritiese en un movimiento sincronizado y yo giraba sobre su regazo, para que la penetración me estimulase en todos los puntos de las paredes internas de mi coño.
Él me tiraba del pelo, masajeaba mis erizados pechos y se agarraba a las tambaleantes nalgas. En ese momento entró mi marido. Me quedé con él mientras caminaba en dirección al sillón en una de las esquinas de la habitación. Roberto me follaba con placer y yo sabía que la fantasía de mi marido era poder observarme… mírame, maridito.
Roberto me giró sin quitarse la tranca que tenía bien dentro de mí y empezó a follarme por detrás con estocadas hasta el corazón de mi coño. Él empezó de pie, tomando lentamente hasta acostarse sobre mí, con un masaje anal del pulgar. Yo estaba a punto de correrme cuando decidió parar que pudiese disfrutar, dejando correr chorros de placer por fuera de mi raja.
Retomó su ritmo, penetrándome con una fuerza que hacía que gimiese a cada impulso. Entre las sabrosas estocadas yo solo suspiraba: «No te salgas, córrete dentro.»
Entonces su palo se puso todo loco, mientras me comía y me sujetaba a la cama. Yo solo podía gemir ante la explosión de su mastro.
Con un profundo rugido, me penetró más aún y yo sentía el pulsar de su glande dentro de mí y su ardiente leche derramada dentro de mí.
Cuando me acosté de bruces en la cama, con gotas de placer escurriéndoseme por la raja me di cuenta de un movimiento. Sin apenas margen, mi marido se había puesto encima mía.
Antes de poder reaccionar, me había penetrado por el recto lubricado por la leche anterior. Nada excita tanto como el sonido inconfundible de la piel contra la piel, con gemidos cortos y profundos de sexo apasionado.
Me folló en silencio. Sin palabras. En una única posición. Intenso, ágil, conciso. Me encanta cuando se pone todo bruto. No tardó mucho en correrse. Sentí su cálido esperma en mí, el néctar sexual de los tres se fundió en uno solo.
Yo me dejé caer hacia un lado y aproveché la libertad de movimiento para regocijarme en la sensación de haber sido follada dos veces seguidas, por dos hombres distintos.

**Este texto no refleja, necesariamente, la opinión de ApartadoX.

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